sábado, 3 de abril de 2010

Apocalipsis mental


Estaba allí sentada, esperando, pensando, deseando… Nadie quería aceptarlo, pero yo sabía que era hora del fin. Aún así, tal como ellos lo hacían, yo estaba como en un día normal, sentada en el muro que está subiendo las escaleras de una pequeña plaza ubicada al oeste de la ciudad, viendo a las personas fingir que no sentían temor aún cuando las plagas estaban sobre sus cabezas y las aves huían en parvadas buscando sobrevivir. Los veía detenidamente y justo cuando me acomodé estirándome, apoyando ambas mano en el muro de manera que quedara casi acostada… Sucedió. Miré hacia arriba en cuanto me di cuenta de que el sol se había ido y comenzaba a reinar la oscuridad, para entender que el proceso ya había comenzado y los relámpagos junto a los rayos luchaban en el cielo para saber quién era el mejor, el más poderoso, el más letal, el ganador, aquel que ahora había bajado para tocar la tierra cubierta de asfalto, haciendo correr a aquellos que desearon e intentaron que este fuese un día normal.

Yo no me movía, sólo estaba disfrutando del paisaje que (obviando el miedo), era realmente hermoso, un fenómeno en el que la Naturaleza mostraba todo su esplendor y su poder. De pronto veo mis pensamientos interrumpidos por un temblor que me lleva a bajar la mirada del cielo para encontrar el suelo cercano moviéndose y dividiéndose en dos, escuchando los gritos de quienes corren por sus vidas sin comprender que “No importa donde vayan porque no escaparán”. Lava salía del suelo como el agua de aquella fuente antes situada a unos metros del muro donde yo me encontraba, una fuente que ahora yacía en el subsuelo mientras que mi lugar de descanso actual, comenzaba a rodarse hacia otro lado y sin embargo, yo me mantenía en la misma posición evitando caer en desespero. En pocos segundos, los edificios se encontraban en llamas y muchos muertos eran dejados atrás por aquellos conocidos y desconocidos que pretendían simplemente luchar por sus vidas. Los terribles aullidos desesperados de otros a los que los había alcanzado una roca, el fuego, un relámpago o alguno de los vidrios y pedazos de metal provenientes de algún lado que viajaban a toda velocidad; eran la música de fondo.

Yo, los miraba con compasión… No porque sabía que iban (íbamos) a morir, sino porque muchos nunca apreciaron realmente su vida y ahora era tarde, tanto así que no eran capaces de apreciar su majestuosa muerte, aquella que les era brindada por la misma que les permitió nacer, crecer y reproducirse; la misma contra la que atentaron, a la que casi destruyeron y aquella que ahora les estaba devolviendo el favor; la gran madre, la poderosa, la sublime y hermosa… Naturaleza. Esbocé una sonrisa justo para darme cuenta como el calor comenzaba a penetrar poco a poco cada fibra de mi piel y el dolor que crecía a cada segundo, me iba quemando de una manera tan insoportable, que mis pensamientos ahora se centraban en una cola cosa… ¡El deseo de morir!

Hasta ese instante, no me había percatado que el fuego que estaba a mi alrededor, ahora se encontraba rodeando cada uno de mis sentidos, mientras que una explosión se oía cerca de mi y al voltear a mis espaldas, encuentro una combinación de objetos dispuestos a terminar con mi vida que fallan por un milímetro de distancia, todo eso en el instante en que estoy rodando sobre el muro desesperadamente por el ardor, concentrándome en deshacerme de tan cruel sensación, aun sabiendo que es algo imposible. Pero no sólo era eso, ya no se escuchaban los gritos de la gente que luchaba por escapar o de los que agonizaban; solamente se apreciaban los sonidos de la Décima Sinfonía de la destrucción y a mi alrededor, todo se concentraba en mí, el último rastro de humanidad existente en varios kilómetros a mi alrededor.

Por un momento mi agonía era el único sonido perceptible por mis sentidos así como lo único palpable por mi piel, pero luego, los jueces infalibles de la naturaleza decidieron acabar con mi sufrir.

Un rayo, las filosas y mortales armas causadas de otra explosión de algún edificio o construcción echa por los mismos que ahora se encontraban entre los escombros, el viento que comenzaba a transformarse en huracán mientras la lluvia empezaba a descender con una ferocidad nunca antes vista, la lava que se abría paso sin dificultad alguna y la tierra que bailaba alguna canción de Death Metal justo bajo mis pies. Todo venía hacia mí y sabía que era cuestión de segundos para dejar de pensar, de sentir, para morir… Así que cerré los ojos resignadamente y simplemente dejé una lágrima caer al tiempo en que se apagaban todos mis gritos agónicos y ensordecedores de dolor en mi interior, para esperar el contundente “adiós”.

Estaba allí sentada, esperando, pesando, deseando… Que ese día se cumplieran mis fantasías y asimilar el final que algún día llegará, a mí y a todos los que transitan por esas calles creyéndose inmortales, aquél final que justo en este momento, igual lo veía presentarse, pero esta vez, con la patética pero poderosa… Autodestrucción.

No hay comentarios: