El mundo se ha transformado en un mar insaciable
de almas que constantemente, buscan su humanidad;
perdidos entre sábanas, los sueños extraviados,
recaen el dolor y la cruda soledad,
mediante miles de reflejos desteñidos
que se van desvaneciendo y volviéndose prohibidos.
Es cierto que se pierden por los rincones afligidos,
aquellos gritos silenciosos de la fría obscuridad,
borrando los matices, sangrando a plena luz,
así como cada uno, carga siempre con su cruz.
La vida ya casi extinta, yace entre los escombros,
devaluada, insospechada, difícil de obtener;
es un sinfín de apuestas por conseguir el poder,
pues por todo lo insano, matamos y aniquilamos,
peor que sucios animales o que alguna bestia cruel.
La avaricia será la reina, de esta absurda dictadura
e inescrupulosamente, toda su sed saciará,
y cuando eso suceda nos corroerán los pecados
-el bien pierde contra el mal-
tanto, que si tú no matas, alguien te eliminará
y la peste de la carne diluida, se sentirá por cualquier lugar
cuando el miedo nos azote y nos impida respirar.
No hace falta predecirlo, el futuro está muy claro,
la involución está acabando con nuestras almas,
poco a poco nos arrastrará al infierno
y es por esa razón que mi corazón destierro,
pues somos los únicos culpables, de nuestra perdición.